Liquidar el feto antes de las 22 semanas es un aborto y acto seguido, un infanticidio. El origen de la vida humana, en el momento de la concepción, es una certeza comprobada científicamente. Así lo destacó la catedrática de Bioquímica y Biología Molecular, Natalia López Moratalla. Manifestó que el magín de la joven queda marcado desde el embarazo de un nuevo ser y extirpar esa vida de las entrañas de la madre provoca en ella un profundo traumatismo, a duras penas curable.
La interrupción voluntaria del estado de gravidez (aborto) es, invariablemente, una tragedia para una madre: “El aborto espontáneo genera una situación anímica, de duelo, que difiere en su naturaleza de la generada por el aborto voluntario. Se conoce con el término síndrome postraumático, un conjunto de graves trastornos psíquicos originados por una experiencia, trauma, que bloquea el funcionamiento cerebral, especialmente la memoria emotiva. El aborto se relaciona con el aumento del riesgo de una amplia gama de alteraciones de la ansiedad (ataques y desórdenes de pánico, síndrome postraumático, agorafobia), del ánimo (trastorno bipolar, manía, depresión), y abuso de sustancias (alcohol, drogas y drogodependencia)”.
La secuela es indudable; el aborto voluntario origina el riesgo de padecer 15 perturbaciones psíquicas. Moratalla demostró que las investigaciones de neuroimagen exhiben el acentuado estigma que deja la interrupción voluntaria del estado de buena esperanza (asesinato) en el cerebro de la joven; “En todos los países del mundo, el riesgo de suicidio es siempre mayor en mujeres que abortaron voluntariamente”.
“Es muy fácil sacar al hijo del útero de su madre, pero muy difícil sacárselo de su pensamiento”, afirmó Wilke.
CLEMENTE FERRER ROSELLÓ
Presidente del Instituto Europeo de Marketing, Comunicación y Publicidad
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