La dinámica poco rigurosa que caracteriza a algunos programas presuntamente informativos es especialmente preocupante en tiempos de crisis por sus repercusiones económicas y sociales
QUE no decaiga el espectáculo. Ésta es la premisa de la que parecen nutrirse algunos de los programas presuntamente informativos que proliferan en las parrillas de nuestros medios audiovisuales. Cuanto más fuerte, mejor. Cuanto más sorprendente, mejor. Cuanto más sensacionalista, mejor.
En estos tiempos turbulentos que nos toca atravesar, con empresas que ponen el cierre a diario, trabajadores en la calle que engrosan las filas del paro, familias que se las ven y se las desean para llegar a fin de mes y un lamentable etcétera de circunstancias dramáticas, el espectáculo está asegurado.
Obviamente, es lícito el objetivo de entretenimiento que esgrimen muchos programas para mantener sus audiencias. Pero el entretenimiento no tiene por qué ser sinónimo de irresponsabilidad.
En las siguientes líneas no entraremos a analizar los llamados "programas del corazón", un fenómeno que ha adquirido dimensiones espectaculares con pocos paralelismos fuera de nuestras fronteras. Nuestro objetivo es analizar, desde la visión de una empresa con exposición a los medios, los llamados programas informativos que se nutren sólo de la rabia, muchas veces justificada -por supuesto-, de ciudadanos de a pie y que además se erigen en abanderados de los más débiles. Y este análisis en un contexto de crisis económica aguda como el actual.
Es indiscutible, y loable en la mayoría de los casos, la función social que desempeñan los medios de comunicación. El derecho a los ciudadanos a ser informados debe ser satisfecho, sin lugar a dudas. Pero con rigurosidad, objetividad y responsabilidad. Unos principios básicos que, en momentos críticos como los actuales, deberían respetarse de manera especial.
Lamentablemente, parece que a medida que nos adentramos en la era de las nuevas tecnologías y de la explosión mediática nos olvidamos de los principios básicos del periodismo. Cuando ambos deberían ir de la mano. Ahora incluso más que nunca, por el alcance planetario de la mayoría de los medios. Con un solo clic podemos ver un concurso televisivo de Japón, seguir la retransmisión en directo de una final de fútbol en una radio peruana o leer las últimas noticias de la prensa de Nueva York.
Por eso, nos preocupa especialmente la dinámica adquirida por algunos programas de nuestro país. Programas que configuran sus contenidos en función de las quejas de los ciudadanos, que se elaboran sin investigación previa, sin contrastar datos ni solicitar documentación, con producción exprés y para consumo exprés. Noticias en muchos casos de usar y tirar, pero que pueden tener repercusiones muy graves para los actores involucrados.
Programas en los que el protagonista es el micrófono abierto; sin más. Un micrófono para desahogar enfados, impotencias o reclamos. Evidentemente, la legislación vigente obliga a recabar la opinión de la parte afectada. Aterrizando en nuestro ámbito de negocio, por ejemplo, si el propietario de una vivienda acude a alguno de estos programas para quejarse de alguna incidencia, los periodistas en cuestión se ponen en contacto con la empresa. A veces, a posteriori. Otras, con la inmediatez que caracteriza a estos programas. Casi siempre, con el único objetivo de cumplir con la ley y ninguna intención de modificar o adaptar la información para reflejar los hechos de la manera más objetiva posible. La noticia ya está hecha y hay que cerrarla ya porque entra en la parrilla de la tarde. Eso es todo.
Dos o tres minutos de televisión, cinco minutos de radio, y a otra cosa. Pero el daño ya está hecho. En cualquier asunto relacionado con la vivienda, por ejemplo, el alarmismo está asegurado. Como dice nuestro sabio refranero popular, "cría fama y échate a dormir".
Empieza el runrún, la duda, el mi tía vio en televisión tal o cuál cosa, el por algo será... Y una bañera picada se convierte en motivo de desprestigio para una empresa que coloca miles de bañeras al año, que edifica miles de viviendas.
Este ejemplo ilustra la situación de indefensión ante la "alcachofa" que afecta a empresas y organizaciones, de todos los sectores, desde el sanitario hasta el alimenticio. Y, como comentábamos anteriormente, no porque los medios no tengan que informar, sino por un planteamiento perverso de la información. Por alzar al rango de noticia -con la legitimidad que ésta conlleva para la opinión pública- una queja, una anécdota o un suceso poco relevante pero espectacular por algún motivo.
Ya por el siglo XVIII, Edmund Burke acuñó el término "cuarto poder" para referirse a la gran influencia de la prensa. Una influencia que desde entonces no ha hecho más que multiplicarse de forma exponencial.
Por eso, en momentos crispados y difíciles como los actuales, cuando cualquier nimio incidente puede acabar por hundir al más fuerte, cuando nuestro sistema económico sufre una crisis de confianza sin precedentes, cuando cientos de miles de puestos de trabajo están en la cuerda floja, es obligado hacer un llamado a la rigurosidad, la sensatez y el sentido de la responsabilidad de los medios de comunicación.
Ya lo recomendó en su momento el escritor estadounidense Francis Scott Fitzgerald. "Suprime signos de exclamación: son como reírte de tu propio chiste".
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario