LAEDICION.NET.-D.M Y porque el trabajo se le ha terminado. Pero, desde luego, María José Campanario tendrá un apoyo incondicional más en su cruzada con la prensa
No cabe duda que María José Campanario vive intensamente estos durísimos golpes que está recibiendo. Se le acusa públicamente y en privado. Es una presa fácil. Y ella lo sabe. Los últimos especiales sobre su vida personal, la de su marido y el resto de su familia le han puesto en la picota mediática. Sin embargo, ella prefiere no hablar. Se siente sola, abatida y más triste que nunca. Por eso sus familiares no se separan de ella en ningún momento. De hecho, su hermano Diego ha decidido agarrar sus bártulos, desaparecer de Castellón e instalarse con sus padres en El Bosque. Me cuentan que ha sido una decisión muy meditada, pero que también ha estado empujada por los malos momentos profesionales que estaba viviendo. La crisis le ha arrancado su trabajo en un periódico comarcal y la vida social empezaba a pasarle factura.
María José y Diego mantienen una relación más que fraternal. Son amigos íntimos. Cuello y camisa. Se cuentan todo tipo de secretos que ambos saben guardar con absoluta rigidez. Él sabe mucho más que sus padres y no duda en proteger a su hermana en los momentos más difíciles y atropellados. Es cierto que hace años mantuvieron un alejamiento, quizás influido por los difíciles momentos por los que atravesaba uno de sus familiares más cercanos. Sin embargo, fue a finales de la década de los noventa cuando María José y su hermano limaron todo tipo de asperezas y protegieron al resto de su familia. Por aquella época, Campanario era todavía una absoluta desconocida. En Castellón pocos la conocían. Su vida era monótona y hasta aburrida. Hacía ejercicio en el gimnasio Red Gym de la calle Amalio Gimeno. Allí, entre pesas, bicicletas estáticas y sudor, la Campanario pasaba totalmente desapercibida. Con sobrepeso, arrítmica y poco sociable, la actual mujer de Jesulín de Ubrique disfrutaba de una tranquilidad que, a buen seguro, le gustaría recuperar. Pasaron los años y María José empezó a ser más conocida en la ciudad. Sus escarceos sentimentales con algunos deportistas locales, su importante cambio físico y su cacareada persuasión transformaron radicalmente su vida. Hasta que conoció a Jesús Janeiro, quien puso el punto final a su anonimato. De repente, María José Campanario se convirtió en uno de los rostros más perseguidos del panorama rosa. Sus declaraciones se cotizaban al alza en el corazón. Todos querían saber. Y ella se sentía querida y hasta admirada. Por aquel entonces, la Campanario disfrutaba cuando se encontraba con los medios de comunicación. Le hacía gracia que despertara el interés de esos periodistas a los que únicamente veía por televisión: “Se sentía una diva”, dicen una de las personas que más la conocen. Ahora llora amargamente
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