jueves, 31 de julio de 2008

“Esta playa de Aguamarga fue destino fundamental de Corsarios”, Ramiro Feijoo.

Su conferencia “Corsarios y Mujeres en el Cabo de Gata” trasladó a los oyentes a la Almería del siglo XVI

La conferencia “Corsarios y Mujeres en el Cabo de Gata”, impartida por el historiador y geógrafo Ramiro Feijoo ayer en Aguamarga y antes de ayer en San José, consiguió despertar del letargo una parte de la historia de Níjar.

Desde el inicio de la conferencia, Feijoo, logró captar la atención de los oyentes con una trepidante historia llena de detalles y de lugares conocidos, de curiosidades y de anécdotas, trasladándonos durante más de una hora hasta la vida diaria del siglo XVI en el levante almeriense.

“A principios de 1500, la provincia de Almería sólo contaba con 70.000 habitantes, de los cuales sólo 10.000 eran cristianos. La expulsión de judíos y mulsumanes se había producido muy poco antes y los moriscos se sentían humillados y con ganas de venganza”.

Todo el litoral nijareño estaba despoblado, sólo existían como poblaciones la villa de Níjar, Lucainena de las Torres, Sorbas, Mojacar y Cuevas del Almanzora; con la única excepción de Rodalquilar, donde un puñado de hombres vivía en el entorno de la Torre de los Alumbres, explotando las minas cercanas.

Ramiro Feijoo trazó la situación del Mediterráneo siguiendo las rutas de las dos vertientes corsarias: la argelina y la marroquí, formadas por renegados y moriscos –respectivamente- y que, en no pocas ocasiones, realizaron “cabalgadas” conjuntas. Los argelinos venían a por cautivos, los marroquíes en incursiones de castigo como venganza y para rescatar a familiares. Las crónicas de la época hablan de más de 600.000 corsarios: hombres sin nada que hacer, sin familia, expulsados de España.

Cabo de Gata era paso obligado para todo tipo de naves en un momento histórico en que la navegación predominante era de cabotaje. Los corsarios se escondían en las pequeñas calas protegidas del litoral nijareño una veces para atacar a los barcos de paso, otras para surtirse de agua en las fuentes de Mónsul, Cala Higuera y San Pedro y otras veces, como en Aguamarga o Rodalquilar para hacer incursiones hacia el interior y hacerse con cautivos o rescatar familias enteras de moriscos para llevarlos al norte de África.

Los cautivos eran su mercancía más valiosa y, entre ellos, los más apreciados fueron los niños y las mujeres jóvenes, a las que respetaban en grado sumo: “De hecho, cuanto un barco avistaba un galeote corsario, todo lo que era de valor se escondía bajo las amplias faldas de las mujeres. Sabían que era el mejor lugar, porque nadie se atrevería a mirar bajo ellas”.

Ramiro Feijoo describió, acompañándose de grabados de la época, las galeotas corsarias que surcaban el mar de Alborán: unos barcos ligeros y de poco calado que les permitía entrar hasta la misma arena de la playa. Las velas sólo se usaban en alta mar, mientras que en la cercanía de la costa, para no ser vistas, eran manejadas por remos, lo que las dotaba de mucha maniobrabilidad a la hora de huir.

No hubo mujeres corsarias: las musulmanas tenían prohibido subir a los barcos ni siquiera como pasajeras. Sólo subían cautivas. Unas mujeres que eran puestas en rescate antes de abandonar tierra peninsular y si nadie pagaba por devolverlas, eran embarcadas hasta Argel donde su precio sólo estaba al alcance de los más ricos. Las leyes de la ciudad de Argel, tomada por los hermanos Barbarroja –renegados judíos, según los estudios de Feijoo- impedían el acceso a los puestos de poder a quien tuviera sangre musulmana.

Las mujeres cautivas tenían en Argel dos opciones: o renegar y convertirse a la religión musulmana y gozar de una placentera vida como esposas de los jefes locales, o seguir como cristianas, concubinas o esclavas. Casi ninguna se resistió a la vida de lujo en Argel.

En el siglo XVII y XVIII, el corso berberisco decayó de forma importante y en ello tuvo mucho que ver el reinado de Carlos III.

Pero esa es otra historia, otro Episodio Nijareño, del que hablará Antonio Gil Albarracín el próximo 12 de agosto en el Mercado de la villa de Níjar a las 20:30h.

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