jueves, 11 de septiembre de 2008
Las 200 Viviendas, un barrio marginado y conflictivo mundialmente conocido
Esto se veía venir, lo peor es que se veía venir”, denunciaba Sabrina “que estoy harta de llamar a la policía cada dos por tres para que venga”.
El barrio roquetero de las 200 Viviendas se incendió finalmente al explotar su carga de marginación, pobreza, drogadicción, delincuencia e inmigración ilegal con varias etnias (marroquíes, rumanos, subsaharianos, gitanos, etc.,) y religiones en su interior. La carga era mortal y finalmente explotó.
Desde que El Dorado se instaló en Almería en el último tercio del pasado siglo XX, el barrio de las 200 Viviendas comenzó a acoger una inmigración ilegal que suponía mano de obra barata para los invernaderos. Las autoridades, los partidos políticos y los sindicatos, por un lado denunciaban la situación, pero por otro callaban y otorgaban silencio ante un crecimiento económico desmedido en pocos años que lograba el bienestar económico que jamás había tenido la siempre olvidada Almería. En barrios como las 200 Viviendas, tradicionalmente de trabajadores, se han hacinado en los últimos años las etnias que han llegado a Roquetas de Mar atraídas por el trabajo, y también por el dinero fácil, por qué no decirlo. Pero la convivencia nunca ha sido fácil, porque la avalancha de ciudadanos extranjeros tuvo que ser asimilada apenas sin tiempo por los autóctonos, por los nativos, por los del barrio de toda la vida, que poco a poco, o a veces corriendo, lo abandonaron, “porque esto se ha convertido en el Bronx, en una pesadilla”.
Las 200 Viviendas es la historia del lado más salvaje del capitalismo, donde se han hacinado los parias y los sin tierra, de nacionalidades y religiones diferentes, obligados a convivir en pocos metros cuadrados. Difícil es decir cuántos inmigrantes hay, pero son miles. Atendiendo a los datos, Roquetas de Mar tiene un padrón municipal de 85.000 habitantes, y de ellos unos 25.000 son inmigrantes censados. ¿Cuántos hay no censados? ¿Cuántos viven en el barrio? Pregunta difícil de responder, porque, por ejemplo, en verano, la población real se estima que rebasa las 200.000 personas. El alcalde Gabriel Amat afirmaba a los medios de comunicación que no se sabe si hay más inmigrantes en ‘las 200’ que en Cortijos de Marín, en el centro o en otros barrios, “pero se notan más, están más concentrados
Realmente se notan, porque Sabrina, una joven vecina del barrio, aseguraba que “son peleas todos los días, aquí no se puede vivir”, argumentando que “además la gente pide venganza. Esto es muy fuerte. Es el peor barrio, hay mucho miedo. Anoche no estaba aquí, pero me ha contado mi familia que pasaron mucho miedo y sólo había gente corriendo, gritando y tirándose cosas mutuamente. Este es un barrio conflictivo mundialmente conocido por ser centro de drogas, de peleas, todos los días hay policías, pero yo siempre tengo que estar recargando el móvil para llamarles cuando no están, esto es increíble. Por la noche procuro no pasar por aquí. Esto a las dos de la madrugada parece las ocho de la tarde porque nunca está vacío, pero siempre va a haber este conflicto aquí”.
La muerte del joven senegalés, más que integrado en Almería tras varios años trabajando en los invernaderos, que deja mujer y dos hijas, no hace más que poner de manifiesto la cruda realidad de la economía almeriense. Por un lado amante y cariñosa, dando trabajo a quien no lo tiene y acogiendo al bienestar a quien creía que jamás lo conocería. Por otra parte hacinando a los inmigrantes en zonas que se convierten en marginales debido a la pobreza, la droga, la delincuencia y todo tipo de males. ¿De quién es la culpa? Gabriel Amat lo dijo a los medios de comunicación, que Roquetas fue el primer municipio en negarse a establecer guetos, pero los guetos crecen por sí, por propia naturaleza, porque los inmigrantes sin trabajo y sin papeles van donde pueden y donde les dejan, y donde saben que van a ser acogidos, sólo en zonas como las 200 Viviendas. ¿Hay que dejar entrar a todos, papeles para todos? No hay que buscar culpables, porque lo somos todos. Los que hemos permitido ese hacinamiento de razas infrahumano y los mismos inmigrantes que se han sometido a ese feroz dictado. La droga, que hace olvidar las penas y genera negocio rápido, ha hecho el resto y fue la navaja que mató a quien sólo quería que dejaran de
“Yo creo que hoy su familia en África está destrozada. Es un chico que ha trabajado para poder mantener a su familia. Quiero que se haga justicia y la gente vea lo que hay en el barrio y lo que ha pasado”, denunciaba Daniel Serifo, de la asociación de inmigrantes de Guinea Bissau, que cuenta con un local social en pleno conflictivo barrio.
Los negros, porque a ellos les gusta que les llamen negros, pero sin desprecio, como ellos nos llaman blancos a nosotros, decían tras el asesinato que estaban hartos de bandas, porque ellos venían a España a trabajar, “si un negro muere el español no come” afirmaban. Trágica afirmación, pero cierta, porque ahora son ellos los que se dejan la piel en el campo, cuando antes se la dejaban los que venían de La Alpujarra. Las 200 Viviendas, antes del boom de la inmigración, ya era un barrio humilde de trabajadores, cual casas franquistas de escasas plantas, pero no era el peyorativo Bronx en que se ha convertido, como recordaba Sabrina. Un inmigrante de color, un negro, sí un negro, decía tras los hechos “esto es una mierda, hay armas, hay peleas, hay gitanos con la música a todo volumen a las tres de la mañana, y nosotros tenemos que trabajar. No hemos venido a matarnos por las calles como cerdos, sólo queremos justicia y que la gente sepa qué es esto, sí que lo sepa”.
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