Los ateos han lanzado a Dios a la palestra sin saber que el problema de Dios estaba ya
servido. Cuando Dios fue arrancado del Cielo y depositado en un pesebre para
iniciar la Redención del hombre no imaginó hasta que punto crearía controversia y con el
andar de los siglos, enconamiento y odio plasmado hasta en los transportes públicos de
las grandes urbes. Si los ateos niegan a Dios, bien puede ser que los que creen no
sepan defender su convicción, cobardes e inseguros aún del Bien que aman. Y el
destino colocará a unos y a otros frente al juicio del fin de los tiempos. Entonces no valdrán
las excusas, porque las ideologías refractarias al Amor pasan y mueren, pero sólo la
Verdad permanece y salva.
Lisa Justiniano
Madrid
lunes, 9 de febrero de 2009
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