LAEDICION.NET.-:/ Redacción.-El papel de la Reina es doble. Por un lado, se afana en arropar a su hija, que dicen está cansada de su exilio dorado en la capital estadounidense. Por otro, informar de primera mano de las movidas y desencuentros familiares que, desde la cacería en Botsuana, son públicas y notorias. No hay que olvidar que su majestad continua recuperándose de la operación de cadera y se supone que lo hace en el hogar conyugal, aunque este tenga forma de palacio.
La ausencia de doña Sofía junto a un marido convaleciente se ha justificado desde Zarzuela por su papel de abuela, ya que no ve a los nietos desde hace cuatro meses y la excusa del cumpleaños era perfecta para apoyar su viaje.
Su anterior visita a Washington se saldó con polémica. Su posado consentido junto a Urdangarin fue una de las grandes meteduras de pata. Llamó la atención porque doña Sofía siempre había sabido medir los tiempos y esa foto, por lo innecesaria, era difícil de entender para la opinión pública. Los “pelotazos” y negocios poco claros del duque de Palma no eran la mejor tarjeta de presentación para la monarquía española. Cuando se publicó el reportaje, el Rey ya había declarado oficiosamente “persona non grata” a su yerno. Después vendría la demoledora frase en boca del jefe de su Casa, Rafael Spotorno que definió los “trabajos” del duque como “comportamiento poco ejemplar”.
Hubo quien vio en la manera tan inusual de arropar a su yerno por parte de doña Sofía una especie de correctivo o venganza hacia su marido por las indelicadezas de los últimos tiempos. Este nuevo viaje parece indicar una única intención: compartir momentos de intimidad familiar y afecto con su hija y sus nietos sin ningún tipo de acritud. Lo esperable es que Urdangarin se quede en casa y no aparezca sonriente junto a la suegra porque volvería a hacer un flaco favor a la institución. La Reina tiene muy presente, porque así se lo han inculcado sus padres, que antes que abuela es reina.
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