Dice Soraya Sáenz de Santamaría que, si les quedara un mínimo de decencia, los socialistas se sonrojarían cada vez que pusieran el pie en la calle.
Si los tics autoritarios están en el ADN de la derecha española (Rubalcaba dixit), en el de la izquierda, los tics de la desvergüenza no tienen parangón. Dejar el país hecho unos zorros debiera ser, en sí mismo, motivo suficiente de deshonra, el baldón que alumbrase la cura de humildad y, de paso, instigara en las filas de la oposición una actitud diametralmente distinta a la que don Alfredo y demás responsables del desastre nacional exhiben estos días frente a las medidas –más o menos acertadas– del Gobierno
apagafuegos de Rajoy: chulería de la peor ralea.Matonismo en estado puro, vaya. Pero puede que no anduviera tan desencaminada la vicepresidenta y resulte que, al final, el jefe de la banda, José Luis Rodríguez Zapatero, acabe pasando una temporadita a la sombra, sin pisar la calle. No tanto por decisión propia, apesadumbrado y autorrecluido en las mazmorras de una humillación voluntaria, como porque lo decida un juez. Algo así como el acontecimiento interplanetario del siglo, por la vía de lo penal.
El caso es que la denuncia presentada contra Zapatero, su ex ministra Elena Salgado y el jefe la Intervención General del Estado, de nombre José Alberto Pérez, amenaza con sentar en el banquillo al líder de la Champions League de la economía. Por ocultar, manipular y falsear presuntamente las cuentas del déficit ante los socios europeos. Un fraude masivo. Un engaño en toda regla. Un agujero extra de 23.000 millones de euros, reconocido y públicamente afeado por la Oficina Estadística de la Comisión europea.
“No es serio que un Gobierno haga trampas”, dicen ahora en Bruselas. Pues va a ser que no.
-Maite Alfageme- (Directora-Adjunta de La Gaceta)
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