El secuestro y la muerte de la niña de 16 meses aún no está
esclarecido La investigación de la Guardia Civil continúa abierta
LAEDICION.NET.-REDACCIÓN.-A
pesar de la multitud de crónicas escritas en todos los medios de comunicación
desde que se conociera la noticia de la desaparición de Miriam en la comarca de
Nacimiento y los terribles acontecimientos que siguieron a la misma, realmente
se conocen muy pocas cosas sobre lo que realmente pasó en aquellos tristes días
de diciembre. Un ángel de 16 meses de edad muerto y hallado de la manera más cruel
posible y dos personas detenidas y encarceladas, uno como presunto autor y otro
como cooperador necesario, acusadas de estar implicados en su retención,
desaparición y muerte, ya que aún no se conocen con exactitud los delitos de
los que se les acusa, al menos hasta que se presenten ante un tribunal. El
resto permanece aún bajo un más que estricto secreto del sumario y pendiente de
cerrar unas investigaciones que se siguen con un celo extremo.
En la Ciudad de la Justicia de la carretera de Ronda, el juez Jesús Columna, guarda celosamente el sumario de la muerte de Miriam en un armario cerrado con llave. Cada vez que alguien desea consultar alguno de los documentos que empiezan ya acumularse, debe solicitar el correspondiente permiso para que sea abierto y después debe devolverlo al mismo lugar donde permanecerá bajo ese secreto estricto decretado desde el mismo momento en el que asumió el mismo. Apenas media docena de personas sabe lo que en él se contiene.
Pocas más son las que están al tanto de las investigaciones que se siguen por parte de la Guardia Civil. Ni una sola palabra se ha filtrado acerca de las varias cuestiones que siguen sobre la mesa en un intento (vano hasta el momento) por tratar de hallar una explicación medianamente razonable a un sinsentido para las personas con un mínimo sentido de la dignidad; ¿cómo es posible que alguien pueda matar a una niña de apenas año y medio de vida?
Esa continúa siendo hasta ahora la gran pregunta sin respuesta. Jonathan Moya era alguien del montón, que no sobresalía en nada. Su modo de vida se había basado en constantes enfrentamientos con la ley. Había sido detenido innumerables veces acusado siempre de delitos contra el patrimonio. Era un mangui, un chorizo, un jeta que embaucaba a quien se cruzaba en su camino para conseguir la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. Su mote en la zona le delataba allá por donde iba: El Trolas.
Había pasado dos veces por la prisión donde aprendió una habilidad que utilizaría para establecer una relación con la madre de Miriam. En las redes sociales creó su personaje muy alejado de lo que realmente era: se vistió de ganadero, de potentado, de empresario, de manejar una gran cantidad de dinero para huir de una existencia que no conocía grandes lujos. ¿Qué hizo que un chorizo de poca monta, se convierta en un presunto asesino de una niña? Dicen quienes están más habituados a enfrentarse con estos casos que la línea que separa a ambos perfiles es más corta de lo que pueda dar la impresión. El sentido común, tal vez poco útil en estos casos, dicta otros senderos de razonamiento.
Con esas habilidades informáticas consiguió engañar a Gema Cuerda, la madre de Miriam a quien convenció para que se desplazara por primera vez en su vida hasta Almería con la niña en brazos. En un momento del día 19 diciembre, Jonathan la fuerza sexualmente (al menos esa fue su declaración) y finge una avería en su vehículo para llevarse a la niña. Es la última vez que alguien la vio con vida.
Comienza una búsqueda en la que se distribuyen carteles con la cara de Jonathan por todos los pueblos de la zona. La noticia llega a las plazas de los pueblos poco acostumbrados a ser el centro de atención nacional en un momento en que las noticias en los informativos casi brillan por su ausencia. Son días intensos en los que la Guardia Civil despliega todo su potencial y consiguen localizar al presunto autor de los hechos. Su falta de habilidad en este tipo de situaciones le hace cometer numerosos errores, uno de ellos, el que le lleva a un pueblo que conoce a la perfección, pero donde también le conocen a él, le lleva a su detención. Uno de los alcaldes se salta el protocolo de la confidencialidad y suelta que ha pactado una entrega que no se produce. Sabe que está acorralado y que le quedan pocas horas en libertad. Aún así, se juega la última baza y pierde. Tarda poco en derrumbarse y reconocer qué ha hecho con la niña. Lo que se encontró en una alberca de la localidad de Nacimiento, tardará en ser olvidado.
No fue el final de nada, sino el inicio de todo. Las investigaciones continuaron, las pesquisas siguen e n pie hasta lograr que no quede nada sin una explicación razonable. Se pone bajo la lupa de los expertos ojos de los especialistas hasta el último resquicio de cualquier persona que haya tenido que ver con cada uno de los personajes que ha participado en unos hechos que aún darán que hablar.
¿Qué paso en esos días? Fueron ocho intensas jornadas con puntos aún por esclarecer. ¿Porqué? Es la pregunta que más suena en un intento por determinar qué lleva a alguien a quedarse con una niña y después matarla. ¿Cuál fue el móvil? ¿Qué personas están implicadas y en qué medida? ¿Qué pretendían hacer con la pequeña? ¿Porqué, cuándo y cómo decidieron matarla? ¿Fue algo premeditado, un accidente o algo que no salió como estaba previsto?
El caso es tan complejo que probablemente la explicación más simple, aquella que nos acerque a ver a los autores como a cualquiera de nosotros sea la más factible. La navaja de Ockham sigue estando afilada.
En la Ciudad de la Justicia de la carretera de Ronda, el juez Jesús Columna, guarda celosamente el sumario de la muerte de Miriam en un armario cerrado con llave. Cada vez que alguien desea consultar alguno de los documentos que empiezan ya acumularse, debe solicitar el correspondiente permiso para que sea abierto y después debe devolverlo al mismo lugar donde permanecerá bajo ese secreto estricto decretado desde el mismo momento en el que asumió el mismo. Apenas media docena de personas sabe lo que en él se contiene.
Pocas más son las que están al tanto de las investigaciones que se siguen por parte de la Guardia Civil. Ni una sola palabra se ha filtrado acerca de las varias cuestiones que siguen sobre la mesa en un intento (vano hasta el momento) por tratar de hallar una explicación medianamente razonable a un sinsentido para las personas con un mínimo sentido de la dignidad; ¿cómo es posible que alguien pueda matar a una niña de apenas año y medio de vida?
Esa continúa siendo hasta ahora la gran pregunta sin respuesta. Jonathan Moya era alguien del montón, que no sobresalía en nada. Su modo de vida se había basado en constantes enfrentamientos con la ley. Había sido detenido innumerables veces acusado siempre de delitos contra el patrimonio. Era un mangui, un chorizo, un jeta que embaucaba a quien se cruzaba en su camino para conseguir la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. Su mote en la zona le delataba allá por donde iba: El Trolas.
Había pasado dos veces por la prisión donde aprendió una habilidad que utilizaría para establecer una relación con la madre de Miriam. En las redes sociales creó su personaje muy alejado de lo que realmente era: se vistió de ganadero, de potentado, de empresario, de manejar una gran cantidad de dinero para huir de una existencia que no conocía grandes lujos. ¿Qué hizo que un chorizo de poca monta, se convierta en un presunto asesino de una niña? Dicen quienes están más habituados a enfrentarse con estos casos que la línea que separa a ambos perfiles es más corta de lo que pueda dar la impresión. El sentido común, tal vez poco útil en estos casos, dicta otros senderos de razonamiento.
Con esas habilidades informáticas consiguió engañar a Gema Cuerda, la madre de Miriam a quien convenció para que se desplazara por primera vez en su vida hasta Almería con la niña en brazos. En un momento del día 19 diciembre, Jonathan la fuerza sexualmente (al menos esa fue su declaración) y finge una avería en su vehículo para llevarse a la niña. Es la última vez que alguien la vio con vida.
Comienza una búsqueda en la que se distribuyen carteles con la cara de Jonathan por todos los pueblos de la zona. La noticia llega a las plazas de los pueblos poco acostumbrados a ser el centro de atención nacional en un momento en que las noticias en los informativos casi brillan por su ausencia. Son días intensos en los que la Guardia Civil despliega todo su potencial y consiguen localizar al presunto autor de los hechos. Su falta de habilidad en este tipo de situaciones le hace cometer numerosos errores, uno de ellos, el que le lleva a un pueblo que conoce a la perfección, pero donde también le conocen a él, le lleva a su detención. Uno de los alcaldes se salta el protocolo de la confidencialidad y suelta que ha pactado una entrega que no se produce. Sabe que está acorralado y que le quedan pocas horas en libertad. Aún así, se juega la última baza y pierde. Tarda poco en derrumbarse y reconocer qué ha hecho con la niña. Lo que se encontró en una alberca de la localidad de Nacimiento, tardará en ser olvidado.
No fue el final de nada, sino el inicio de todo. Las investigaciones continuaron, las pesquisas siguen e n pie hasta lograr que no quede nada sin una explicación razonable. Se pone bajo la lupa de los expertos ojos de los especialistas hasta el último resquicio de cualquier persona que haya tenido que ver con cada uno de los personajes que ha participado en unos hechos que aún darán que hablar.
¿Qué paso en esos días? Fueron ocho intensas jornadas con puntos aún por esclarecer. ¿Porqué? Es la pregunta que más suena en un intento por determinar qué lleva a alguien a quedarse con una niña y después matarla. ¿Cuál fue el móvil? ¿Qué personas están implicadas y en qué medida? ¿Qué pretendían hacer con la pequeña? ¿Porqué, cuándo y cómo decidieron matarla? ¿Fue algo premeditado, un accidente o algo que no salió como estaba previsto?
El caso es tan complejo que probablemente la explicación más simple, aquella que nos acerque a ver a los autores como a cualquiera de nosotros sea la más factible. La navaja de Ockham sigue estando afilada.
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