su marido, Pablo Gómez.
LAEDICION.NET.- Desde hace nueve años,
Alejandra Martos, la discreta hija del cantante Raphael y Natalia
Figueroa, forma parte del departamento de Restauración del Museo
Thyssen-Bornemisza. De vez en cuando aparece en algún photocall
junto a su conocidísima madre o con su cuñada Amelia Bono, también popular. Y
muchos piensan que vive de eso: de la fama, de ser ‘hija de’, del postureo.
Pero no. Esta joven, casada con Álvaro Arenzana, hijo de los condes de Fuente
Nueva, tiene una vida normal. Su pelea es la de todas las madres: conciliar. A
pesar de que sus hermanos, Jacobo y Manuel, se han decantado por una vida, en
mayor o menor grado, vinculada al universo musical que todos los
Martos-Figueroa han mamado desde pequeños, Alejandra, que algún día soñó en
convertirse en una gran bailarina a lo Isadora Duncan, siempre tuvo
claro que también se dedicaría al arte. Su labor es callada. Y quiere que
siga siendo así. Desde julio, junto a su compañera, ha trabajado en la
mejora de esta valiosa obra de Tintoretto, con la intención de devolverle el
esplendor de épocas pasadas. Lo ha hecho, de forma anónima aunque de cara al
público, en una vitrina, que Guillermo Solana, director artístico del Museo, ha
comparado a la de un ‘reality artístico’. El currículum de Alejandra
Martos, Diplomada en Restauración de Pintura en el Centro de Estudios para la
Restauración de Obras de Arte, es muy extenso: ha rehabilitado
La Virgen de la Aldea y La casa gris, de Marc Chagall; ha participado en la
organización en la reciente exposición de joyas de Cartier; trabaja a diario
con obras de Fernand Léger, Ernst Ludwig Kirchner… y muchos más. Preparada y
discreta, así es Alejandra, la hija de Raphael, que trabaja para la baronesa
Thyssen.
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