LUIS ROGELIO RODRÍGUEZ-COMENDADOR
(Alcalde de Almería)
Creo que comparto
con millones de personas repartidas por todo el mundo la ilusión que produce la
clara sencillez del nuevo Pontífice. Sus gestos y acciones coinciden con sus
palabras. Ha puesto el acento en la coherencia y en la positividad del mensaje
hacia el mundo.
Un mensaje que
puede resultar iluminador para cuantas personas se dedican al servicio público.
Por eso, y en estos días previos a la Semana Santa, cuando miles de almerienses
se preparan para la celebración de tradiciones unidas a las creencias y al
sentido trascendente de la vida, parecen cobrar sentido especial las palabras
del nuevo Papa al dirigirse a los políticos y empresarios reclamando más
atención “a los eslabones más débiles de la sociedad”.
En este
sentido, siempre he pensado que la actuación pública es ante todo un servicio
al ciudadano que debe prestarse con la máxima transparencia y rigor en la
gestión de los recursos que éste pone a disposición de sus gestores políticos.
Decir la verdad es no tener miedo a uno mismo. Y si decimos que las
administraciones no pueden hacer las mismas cosas que hacían antes, no es más
que asumir la realidad del contexto general de la crisis. La única solución es,
como he dicho en más de una ocasión, articular las respuestas que demos siendo
capaces de hacer más con menos. Para ello creo que serán de importancia
proyectos como la reforma de las administraciones que está poniendo en marcha
el Gobierno, porque un reparto competencial permitirá redefinir con más
eficacia y, por tanto, como mayor capacidad de actuación, las políticas
sociales que dependen de las administraciones. Del mismo modo que Francisco
quiere ser el Papa de los pobres, de los enfermos y de los débiles, las
administraciones deben prestar atención especial en estos tiempos a los que más
necesitan y a los que menos tienen. Pero todo ello desde la vocación de
servicio público y sin las habituales desviaciones que producen los legítimos
intereses de cada uno de los actores que participan en el juego democrático. En
su primera homilía, el nuevo Papa dijo que el odio, la envidia, la soberbia
ensucian la vida. Vigilemos por tanto nuestros sentimientos, porque ahí es de
donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que
destruyen. Y es con independencia de las creencias que cada uno tenga, creo
firmemente, como dice el Papa, que no debemos tener miedo de la bondad, “más
aún, ni siquiera de la ternura.”
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