martes, 26 de marzo de 2013

La claridad de Francisco


LUIS ROGELIO RODRÍGUEZ-COMENDADOR (Alcalde de Almería)
Creo que comparto con millones de personas repartidas por todo el mundo la ilusión que produce la clara sencillez del nuevo Pontífice. Sus gestos y acciones coinciden con sus palabras. Ha puesto el acento en la coherencia y en la positividad del mensaje hacia el mundo.
 Un mensaje que puede resultar iluminador para cuantas personas se dedican al servicio público. Por eso, y en estos días previos a la Semana Santa, cuando miles de almerienses se preparan para la celebración de tradiciones unidas a las creencias y al sentido trascendente de la vida, parecen cobrar sentido especial las palabras del nuevo Papa al dirigirse a los políticos y empresarios reclamando más atención “a los eslabones más débiles de la sociedad”.
 En este sentido, siempre he pensado que la actuación pública es ante todo un servicio al ciudadano que debe prestarse con la máxima transparencia y rigor en la gestión de los recursos que éste pone a disposición de sus gestores políticos. Decir la verdad es no tener miedo a uno mismo. Y si decimos que las administraciones no pueden hacer las mismas cosas que hacían antes, no es más que asumir la realidad del contexto general de la crisis. La única solución es, como he dicho en más de una ocasión, articular las respuestas que demos siendo capaces de hacer más con menos. Para ello creo que serán de importancia proyectos como la reforma de las administraciones que está poniendo en marcha el Gobierno, porque un reparto competencial permitirá redefinir con más eficacia y, por tanto, como mayor capacidad de actuación, las políticas sociales que dependen de las administraciones. Del mismo modo que Francisco quiere ser el Papa de los pobres, de los enfermos y de los débiles, las administraciones deben prestar atención especial en estos tiempos a los que más necesitan y a los que menos tienen. Pero todo ello desde la vocación de servicio público y sin las habituales desviaciones que producen los legítimos intereses de cada uno de los actores que participan en el juego democrático. En su primera homilía, el nuevo Papa dijo que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Vigilemos por tanto nuestros sentimientos, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. Y es con independencia de las creencias que cada uno tenga, creo firmemente, como dice el Papa, que no debemos tener miedo de la bondad, “más aún, ni siquiera de la ternura.”

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