sábado, 23 de octubre de 2010

Las tarjetas de crédito y de débito

LAEDICION.NET.- Las tarjetas de crédito y de débito son las más utilizadas, pero no las únicas. Las tarjetas monedero permiten al usuario realizar pagos u obtener efectivo hasta el importe entregado en la entidad, con la posibilidad de recargarlas, y las comerciales facilitan la adquisición de artículos en los establecimientos a los que pertenecen, al emitirlas las grandes cadenas de tiendas. Otro tipo de "plástico" son las tarjetas affinity o de fidelización, que acumulan puntos que se canjean por descuentos en una aerolínea, en otras compras o en viajes.
Quienes guarden todas estas tarjetas en su monedero, dispondrán de una abultada cartera que, además, puede favorecer que se incrementen los gastos. De ahí que en el momento de planificar un mayor ahorro se cuestione la utilidad y los beneficios de cada una de ellas.
Comparar las comisiones de cada entidad
Entre los aspectos que se debe valorar para discernir si es posible dejar de usar alguna, además del tipo de tarjeta, destaca la comisión que aplica cada entidad por un mismo concepto -emisión, mantenimiento-. Las comisiones son libres y cada banco o caja de ahorros puede fijar la tarifa que desee. Por este motivo, si el usuario tiene varias tarjetas de diferentes entidades, también es acertado que compare cuánto le cobran en cada una y prescindir de los "plásticos" con las tarifas más altas, siempre que los servicios que las complementen sean similares.
La comisión de mantenimiento de una tarjeta de crédito duplica a la de débito
Por el mantenimiento de la tarjeta de débito, una entidad puede cobrar 4,51 euros anuales, mientras que otra puede aplicar una tarifa de hasta 25 euros. La comisión media de este modo de pago, por lo tanto, es de 16 euros anuales. Para una de crédito, según el Banco de España, el valor mínimo es de 13,52 euros, frente a un máximo de 47 euros. La cuota media anual es de 33,48 euros.
Lo mismo sucede con las comisiones por disposición de efectivo. De un banco a otro la tarifa puede casi cuadruplicarse si se saca dinero a crédito en el cajero o en la red propia. La entidad que menos cobra aplica una comisión de 1,20 euros y la más cara, de 4,50 euros. La media es de 2,55 euros por sacar dinero de la propia entidad y de 3,30 euros si se obtiene efectivo en otro banco de la propia red. En el caso de que se utilice una red a la que no está asociada la tarjeta, la comisión sería de 3,46 euros, mientras que en el extranjero cuesta 3,69 euros.
Con las tarjetas de débito, la disposición de efectivo en un cajero de la entidad es gratuita. Si se saca dinero de un dispensador de la propia red, se paga una media de 0,79 euros, mientras que si se utiliza una máquina de otra red la comisión asciende a 2,93 euros y, en el extranjero, a 3,02 euros.
Si se sopesan estos valores y se tiene sólo en cuenta la comisión de mantenimiento y la de disposición de efectivo, es recomendable prescindir de la tarjeta más cara, si el usuario tiene varias de entidades diferentes y éstas no se han ligado a los bancos a través de créditos o hipotecas que supeditan su concesión a la contratación de otros productos.
Antes de prescindir de una tarjeta, el titular puede tratar de negociar con el banco las comisiones que le aplican. Es frecuente que si el cliente lleva bastante tiempo en la entidad, tiene una fuente regular de ingresos domiciliados, depósitos o una cuenta corriente sin números rojos, el banco acceda a reducir las comisiones que recibe por el mantenimiento y la utilización de las tarjetas.
Valorar el tipo de pago
Junto con el tipo de tarjeta y las comisiones, otro factor que se debe tener en cuenta es el tipo de pago, ya que de él depende un gasto mayor o menor en intereses y comisiones.
• Las tarjetas de crédito permiten obtener dinero o realizar pagos hasta un límite determinado, aunque se carezca de fondos en la cuenta del banco. Después, en el plazo fijado, el cliente tiene la obligación de devolver el dinero del que ha dispuesto y, en su caso, los intereses. El usuario puede realizar compras sin que éstas se reflejen de inmediato en su cuenta, tras haber acordado con el banco la fecha en que se pasará el cargo -a final de mes, a principios del siguiente...-.
• Las tarjetas de débito, por el contrario, registran en la cuenta asociada los pagos realizados o la retirada de fondos en el mismo momento en que se realizan. El cliente sólo puede utilizar el dinero depositado en una cuenta a la que está asociada la tarjeta. Si no tiene fondos, no podrá disponer del dinero, salvo que el banco decida anticipar esta cantidad, aunque esto provoca un descubierto en la cuenta, que genera intereses y comisiones.
En función del tipo de pago, se distingue:
• Pago inmediato. Corresponde, sobre todo, a la tarjeta de débito, aunque también se puede solicitar utilizar la de crédito y que las compras se carguen de inmediato en la cuenta corriente. Es una forma de controlar el gasto, puesto que si el consumidor no tiene dinero, no puede gastarlo. Además, no lleva intereses aparejados.
• Pago único. Previsto para la tarjeta de crédito, permite al usuario devolver de manera íntegra todo el dinero utilizado, bien a final de mes o a principios del siguiente. En esta modalidad la mayor parte de las entidades emisoras no cobra intereses.
• Pago aplazado. Es la modalidad más cara para el cliente, ya que en casi todas sus variantes ha de abonar intereses. El usuario tiene disponible una suma mensual pactada de antemano con el banco. Conforme devuelve el dinero, éste se añade a la cantidad disponible. Cabe la posibilidad de pagar un porcentaje sobre la suma que utiliza el cliente, o bien una cantidad fija en concepto de intereses. Hay que tener en cuenta que estos son muy elevados y pueden alcanzar el 24%.
El pago aplazado es la modalidad más cara para el cliente por los intereses que lleva aparejados
En el caso de tener que deshacerse de una tarjeta según su tipo de pago, es preferible prescindir del "plástico" que permite devolver el dinero de forma aplazada porque cobra unos intereses mucho más altos que las demás y da la posibilidad de contar con una cantidad de dinero que, en realidad, no tiene el usuario. Esto puede favorecer que gaste más y que el riesgo de endeudamiento se dispare.

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