domingo, 25 de diciembre de 2011
Suárez expulsó al rey
Jaime Peñafiel
El pasado 30 de Noviembre falleció en Tirana, la capital del país del que siempre quiso ser rey, Leka de Albania. Era uno de los muchos soberanos sin corona que elegían la España franquista para vivir un dorado y tranquilo exilio, con un estatus especial que les hacía soñar que nada había cambiado. Aquí se sentían moralmente los reyes que habían dejado de ser o nunca habían sido. Como Wladimiro de Rusia, Carol de Rumanía, su hijo Nicolás, Alejandro de Yugoeslavia, la emperatriz Zita de Austria Hungría, Farida de Egipto y Simeón de Bulgaria, el más digno de todos los reyes exiliados en España. Pero, el exrey albanés, con una inteligencia en razón inversa a su estatura, medía 2,20, no llegó a integrarse nunca en la vida española de aquel tiempo.
Con su manía persecutoria, vivió siempre en un ostracismo que le hacía difícilmente asequible, recluido en su casa de Pozuelo de Alarcón, con esos revólveres siempre al cinto y en la sobaquera. Así me recibió algunas veces, protegido por sus fieles guardaespaldas albaneses. Ello no le impidió casarse, en el complejo de José Luis en el toledano pueblo de Illescas, donde lo haría también Julio Iglesias e Isabel Preysler, con la acaudalada joven australiana Susana Ward. Fue la última fiesta celebrada en la España franquista. Estuvieron presentes todos los personajes más representativos de un régimen al que solo le quedaban cuarenta días de vida, los mismos que a Franco. La cuenta atrás había comenzado inexorablemente. Fue el 10 de octubre. El general moriría el 20 de noviembre.
El 31 de enero de 1979, el entonces presidente Adolfo Suárez ordenó su expulsión inmediata de España en cuestión de horas. ¿El motivo? La negativa de Leka, en una entrevista personal con el entonces ministro del Interior, Martín Villa, a entregar el arsenal que poseía en su domicilio, un auténtico búnker, protegido por garitas y troneras con vigilantes armados. Al negarse a ello, se pusieron a su disposición los medios para que pudiera abandonar el país inmediatamente. Se le autorizó a hacerlo con familia, escoltas, perros de presa y armamento. Para ello se fletó un avión de la compañía Spantax con dirección a Rhodesia. La operación le costó a Leka tres millones doscientas mil pesetas de entonces, aunque se le ayudó. Sobre todo, porque el rey Juan Carlos pidió que la expulsión se hiciera con respeto y sin violencia. Aún sin trono, Leka seguía siendo rey, un rey tonto, pero rey. En esto los reyes son todos muy solidarios unos con otros. Aunque no se lo merezcan.
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