Corren días de Tenorio, propios para resucitar esos
“crímenes pasionales” bajo los que antes se escondían los asesinatos
domésticos. Por eso conviene llamar la atención sobre un infanticidio ocurrido
el pasado fin de semana en Málaga, en cuyo vertedero encontraron los servicios
de limpieza el cadáver de un neonato todavía con el cordón umbilical y muerto a
golpes antes de ser arrojado a un contenedor. No era mucho mayor la criatura
que los fetos de treinta semanas triturados por el doctor Morín, ese héroe de
la causa feminista, por lo que aún aparecerá alguna hembra “enragée” que
justifique la sevicia como un caso de aborto extremo. Entretanto se le evacua
consulta a Bibi Aído, esa luminaria de la bioética, el periodista trató de
buscar alguna documentación acerca de esta forma de violencia, la ejercida
sobre los seres más indefensos. Agua. Ningún organismo oficial registra los
casos de bebés matados por su madre o con el consentimiento de ésta, quizá en
el entendido de que, en cumplimiento de la doctrina de género, la posesión de
una vagina exime de cualquier vileza ejercida en el ámbito familiar. Porque cuando
un niño de tan corta edad es ejecutado, lo que por desdicha no es tan
infrecuente, a la fuerza debe haber involucramiento femenino. Pero no existen
estadísticas al respecto, del mismo modo que dejaron de contabilizar hace
algunos años los (numerosos) casos de suicidio de hombres divorciados. No cabe
mayor degradación que ofrecer coartada científica a una ideología.
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Reciban un cordial saludo.
Domingo González Alonso
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