“En el mundo hay más de 100.000 niños al año que sufren abusos sexuales”, así titula Jesús Calderón su entrevista del día 1 en el diario 20 minutos a John Vijghen, Cooperante en Camboya.
Comenta Vijghen que: “sólo si los políticos proporcionaran los recursos necesarios y nosotros exigiéramos la aplicación de las leyes, se podía detener el turismo sexual”. “Sólo en Camboya, creemos que puede haber unos 5.000 niños al año que sufren abusos sexuales (explotación, violencia, y pedofilia)”.
“Una niña cuya familia estaba en deuda y el prestamista los amenazó, decidió vender su cuerpo para que su familia pudiera sobrevivir”. La entrada en el mercado del sexo se convierte en una oportunidad fallida para salir de la pobreza o una forma de saldar deudas. En ocasiones, saben que están siendo captadas para la prostitución, pero no son conscientes de las situaciones degradantes y de extrema explotación que tendrán que sufrir. Una vez en el mercado del sexo, cada vez tienen más dificultades para optar a un trabajo digno. La falta de formación adecuada o el estigma social que implica haber trabajado en el ámbito de la prostitución suponen grandes obstáculos para reinsertarse en la sociedad.
Todo ser humano debiera regir el funcionamiento de las instituciones internacionales, aunque más aún, debiera hacer posible que los pueblos más pobres adquieran plena conciencia de sus capacidades, de sus derechos, y sobre todo de sus responsabilidades, para que niñas y niños no tengan que vender sus cuerpos o sean vendidos por sus familias para subsistir.
“Hay que trabajar juntos -aquí en Europa y allí en Asia- si queremos eliminar este problema”, termina diciendo Vijghen. En efecto, pero son muy pocos los que se atreven a cuestionar la formulación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sería una estrategia impopular y abocada al fracaso.
María Muñoz
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