jueves, 8 de marzo de 2012

Triunfal Padilla en su retorno a los ruedos

A,RICO Padilla reapareció en Olivenza tras su accidente con el ojo parcheado, pero la falta de visión no le impidió realizar una faena redonda El torero jerezano salió a hombros del coso tras ser paseado entre docenas de cámaras e intensos aplausosvolvió en loor de multitud. Más de 6.000 almas encajadas en gradas y tendidos de la plaza de Olivenza. La comitiva de toreros apenas pudo abrirse paso entre dos millares de curiosos que una hora antes de la corrida esperaban arracimados en las calles aledañas de la plaza la llegada de Padilla y que prorrumpieron en jaleos clamorosos de ánimo y vivas a su persona. La entrada en la plaza de las cuadrilla fue casi un forcejeo; la de la gente, un hormigueo laborioso. La presidencia decidió demorar el inicio de la corrida casi un cuarto de hora. Para que se acomodara la gente. Esa demora tuvo de fondo un runrún incesante de expectación, tal vez su gota de mórbida curiosidad. Vista mil veces la imagen doliente de Padilla con el parche de tafetán negro en el ojo izquierdo, cuya visión perdió hace cinco meses en el gravísimo percance de Zaragoza. Al asomar Padilla por el portón de cuadrillas y pisar el ruedo se desbordó una emoción colectiva, se sintió como un grito unánime de júbilo y se puso en pie la plaza entera. Y con todos en pie se hizo el paseíllo. Padilla estaba sereno. Ni un gesto de más. Estrenaba un raro terno de seda verde hoja que llevaba bordadas en verde manzana hojas de laurel trenzadas. Los bordados, en mangas, taleguilla, espalda y pechera. Golpes de oro en las hombreras y apenas orillo en las costuras de los bordados. Medias de espiguilla, muy magra la figura, pálido el semblante, sus patillas al modo de Cayetano Sanz o Bocanegra, casi decimonónicas, serio el gesto. La indumentaria heterodoxa tan distintiva de Padilla y probablemente de su manera de ser. Ahí estaba otra vez. El rugido general apenas dejó escuchar el pasodoble del paseo y antes incluso de cambiar capotes volvió a estallar rabiosa una nueva ovación de júbilo. Se resistió bastante pero al fin tuvo Padilla que salirse hasta la segunda raya para corresponder con gesto templado a tal demostración de afecto. Padilla sacó a saludar a Morante y Manzanares, pero uno y otro lo señalaron con la montera para dejar claro que la fiesta no iba por ellos. Antes de soltarse el primer toro, y después de sentirse claro un coro de «Torero, torero», Padilla se abrazó en el callejón con fuerza con dos de sus puntales en la larga convalecencia: con Diego Robles, su hombre de confianza, y con Adolfo Suárez Yllana, su amigo del alma. Y, enseguida, arrancó la corrida, que fue de Cuvillo pero no de las buenas. Ni de las malas. Muy desigual en todo: en hechuras, estilo y condición. El toro del regreso de Padilla , acochinado, lanudo y brocho, remató de salida y se escobilló un pitón, se empleó en el caballo y cobró bien pero sin sangrar apenas en un puyazo severo de Antonio Montoliú. Estuvo acelerado en el saludo de capa, más acoplado en un quite por delantales y algo nervioso. Cojeaba ligeramente. Llegó el momento de la prueba mayor. Estaba en duda si banderillearía o no. Ninguna cautela. Padilla tomó los palos, con los colores de la bandera de Jerez, azul y blanco. Un par fácil cuarteando, un segundo mucho más comprometido de dentro afuera y un tercero al violín que se fue al suelo. Se subrayó el gesto cumplidamente. Brindó a dos de los médicos más distinguidos en la tarea de salvarle la vida primero y devolvérsela a una normalidad relativa después. Al doctor Val Carreres, cirujano jefe de la plaza de Zaragoza, providencial en los momentos que siguieron a la cornada, y al doctor García Perla, el cirujano sevillano que restauró el nervio facial que permitió recuperar movilidad, gesto y seguridad, es decir, la fe imprescindible para volver a torear. El toro se puso tardo, se paró enseguida, Padilla trató de provocarlo a la voz pero pecó de ponerse por fuera, táctica que no seduce a los toros que se agarran al piso. Una estocada de la casa -el brazo por delante, el ataque por derechoh y el toro rodó. Hubo petición suficiente de oreja. El segundo toro de Padilla, colorado chorreado, sacudido, ágil y revoltoso, se movió de salida con gran velocidad. El segundo brindis fue para su padre, que había sufrido un desvanecimiento durante la lidia del segundo toro pero había salido por su pie de la enfermería. Se fundieron los dos en besos y abrazos como de vuelta de un largo viaje o de un reencuentro al cabo de muchos años. Algo había de eso. El toro tuvo su son agobiante, celo vivo, Padilla hizo de tripas corazón, se enredó en desigual y arrebatada faena pero dentro de ella hubo dos desplantes aclamados y varios muletazos de impecable ajuste. El ambiente, no se sabe si caldeado o enfriado por la aportación de dos cantaores espontáneos, uno detrás del otro, perdió grados, pero todo el mundo empujó la espada. Tres pinchazos, dos descabellos. No hubo jarro de agua fría. Se pidió la oreja y fue concedida. Para que Padilla saliera a hombros. Lo sacaron entre varios toreros: El Juli, Talavante, Álvaro Montes, Serafín Marín, Javier Solís. Hubo pancartas de aliento y una de aficionados de Jerez que celebraba que el ciclón siguiera soplando

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